Relato: "Clarividencia" - Juan Miguel Huamán

                                                                                         Clarividencia

Sábado 5 de diciembre de 2020

3:00 p.m.

Mi nombre es Horacio y me acabo de enterar que hoy me muero. Me lo dijo un raro sueño que tuve -en el que me veía bañado en sangre, con la cabeza y los brazos rotos- y me lo acaba de confirmar el sortilegio de madame Silvana. Tal brutalidad en la muerte no podría ser más que por un accidente de tránsito. Digo ello porque no hay otra forma en que pueda ser así, ya que no tengo un trabajo arriesgado: soy profesor de secundaria y por la coyuntura actual solo realizo trabajo remoto. Tampoco puede ocurrirme nada en casa, pues esta es pequeña y tiene apenas un piso. Entonces ¿cómo es posible que pueda morir de tal forma? Madame Silvana, la más certera del departamento en adivinaciones, me ha dicho que sí: “¡Qué lástima, hombre! Un cuatro de espadas, un seis de bastos, un cinco de espadas en posición invertida… Todo se te trunca, todo se te enreda, veo un accidente, un ataúd, luto, sangre, huesos rotos… Horacio, qué lamentable, y no se puede hacer nada contra ello, nada…”.

Hoy es sábado, la única actividad que podría hacer fuera de casa es ir a comprar algunas provisiones para el toque de queda dominicano, no tenía planeado nada más. Lo de ir con Silvana fue de último momento, mejor dicho, fue algo involuntario porque no me di cuenta que estaba allí hasta que me vi tocando su vieja puerta de madera en la que resalta un preciosísimo tallado de San Cipriano; además ella vive a dos cuadras de mi casa -por donde a duras penas pasan algunas bicicletas y una que otra moto-.

Nunca he sido fanático de los sueños ni de las adivinaciones, pero mis padres me enseñaron a creer en las coincidencias… Los sueños y las adivinaciones pueden errar, claro está, pero ¿qué pasa cuando coinciden? ¡Hay que tener miedo! ¡Hay que ser precavidos! Es por eso que -después del sortilegio de madame Silvana- vine a casa, me encerré en mi cuarto, cogí este diario y estoy frente a él tratando de contar lo sucedido, con la única esperanza de dejar un testimonio de mi muerte anunciada.

He previsto quedarme aquí, no salir. Sobreviviré el domingo con lo poco que queda en la refrigeradora. ¿Estoy tratando de evitar la muerte? ¡Qué cobardía! Pero ¿cómo no evitarla si todavía no he vivido lo suficiente? Por eso no saldré, no manejaré el carro para ir de compras, peor aún cuando la única carretera que conduce a este pueblo no tiene año en que no sea escenario de más de un horripilante accidente vehicular.

 

11:52 p.m.

Está por culminar este sábado terrible. No he salido de casa. Apenas he bebido agua, la preocupación no me ha permitido hacer nada más. La paranoia me ha hecho revisar muchas veces la cocina de gas y ha hecho que interrumpa la electricidad en la caja de distribución para evitar algún incendio o explosión.

Sin más que hacer, seguiré escuchando las canciones de Silvio hasta que den las 12:01 del domingo e iré a dormir, ¿podré dormir?

 

Domingo 6 de diciembre de 2020

Sobreviví al sábado de mi muerte, ¡estoy vivo! En la calle hay un silencio sepulcral, en todo el pueblo lo hay. Hoy es toque de queda y nadie debe salir, asumo que ni la muerte ¿verdad?

 

Lunes 7 de diciembre de 2020

Tampoco he muerto hoy. Empiezo a creer que mis sueños son un disparate y que Silvana no era tan certera como decían. Mañana saldré de casa.

 

Martes 8 de diciembre de 2020

¡No lo puedo creer! Estoy estupefacto.

 

Miércoles 9 de diciembre de 2020

Dicen que la muerte es inevitable y añadiría que también es impredecible. Ayer salí de mi casa de soltero donde me encarcelé por temor a la muerte. Salí sonriente con la fiel convicción de que los vaticinios no funcionan o al menos que no funcionan conmigo. Cogí mi viejo carro gris y me enrumbé en busca de algún lugar donde tomar un buen desayuno para celebrar mi supervivencia. No fue hasta mi regreso -cuando mi obnubilación por la felicidad de mi supervivencia había terminado- que noté que casi todas las casas del barrio tenían en sus puertas unos lazos negros en señal de luto, habíamos acostumbrado a colocarlos cuando algún vecino moría.

Todo mi cuerpo tembló como poseído por un pavor infernal y de repente vinieron a mi mente esas historias donde las personas mueren, pero siguen con su aparente normalidad y no se dan cuenta de lo que les ha ocurrido hasta que pasa algo que los hace entender su condición… Sudé frío, un reflejo vestigial despertó sobre mi piel y toda ella se convirtió en una larga extensión de protuberancias y de vello erizado. Entonces golpeé el volante del carro con todas mis fuerzas, pellizqué mis brazos hasta hacerlos sangrar y ¡sentí dolor! ¡Sí! ¡Nunca estuve más feliz de sentir dolor! ¡Estaba vivo! Pero… pero ¿qué había pasado?, ¿quién había muerto?

Bajé del carro, me puse la mascarilla. Sentí que la cabeza me daba vueltas, mis manos sudaban, una arritmia cardíaca amenazaba con destrozarme el pecho, tuve que apoyarme sobre el chasis para no caerme. En la calle no había nadie. Toqué la puerta de la vecina. Salió. Me saludó con la amabilidad de siempre, tuve vergüenza de preguntar, pero no podía más contra mi curiosidad, contra esa ansiedad que me consumiría si no lo hacía, y lo hice: Rosita, ¡qué tal! ¿me puede decir qué ha pasado en el barrio?, ¿quién se ha muerto? ¡Ay Horacio! ¡Tú como siempre! ¿No te enteraste que murió la bruja Silvana? Murió el sábado nomás en el accidente que hubo por la fábrica. Dicen que su muerte fue instantánea, qué feo. La pobre se rompió la cabeza, los brazos, casi todos los huesos del cuerpo; vi los videos que subieron a internet, toda la pista era un gran charco de sangre. Qué cosas que pasan, ¿no? Esa carretera está maldita, no hay año que no se lleve a alguien. ¡Pero Silvana!, la bruja Silvana, muerta. ¿Quién iba a imaginarlo? ¡Y las cartas no se lo advirtieron!


                                                                          Febrero de 2021

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